domingo, 25 de diciembre de 2011

Negrita

Negrita, el corazón me grita
me pide que vuelvas de una vez.
Una vez tuve una vida, 
no era fácil, pero era mía
y ahora me falta lo más importante

No quiero ser el estúpido que llama
a partir de las tres de la mañana.
Pero negra es mi corazón el que se desintegra
porque me falta lo más importante.

Siempre supe que sin usted
no podría sobrevivir
es más hambre que el hambre,
más sed que la sed peor.

Necesito escuchar tu voz
volver a hacernos el amor,
volver a sufrir y a vivir por mi negrita.
¿No ves cómo el corazón me grita 
y el techo se me cae encima? 
Porque me falta lo más importante

Una vez en Buenos Aires me di cuenta
que existen las fantasías pero también
existe el amor verdadero
sin ese no puedo seguir entero
porque me falta lo más importante.

Perdón otra vez
si no lo dije a tiempo
odiado perdón por no estar
donde tenía que estar.

Te pido otra oportunidad
creo que supe esperar.
Si no das una señal 
voy a tener que aprender a vivir otra vez
voy aprender a los golpes a recibir.
Tal vez elija mil veces el mal camino
voy a tener que aprender a vivir otra vez.

Para mi la fiesta ya se terminó
nada de sexo frío, nada de amor.
Un poco de drogas y rock and roll 
y a seguir adelante
con farmacia y con aguante
porque me falta lo más importante

(Andrés Calamaro)
A veces sucede que la vida te da una cachetada y de repente todo vuelve a aparecer de manera constante. O tal vez sea que lo que aparece, en realidad, nunca se fue. Sólo se quedó guardado en un rincón para no perder protagonismo. Un protagonismo que en ese momento no tuvo y que ahora tampoco tendrá. O tal vez lo tiene, pero no queremos darnos cuenta, porque es mejor así.
(Qué difícil es el amor ¿No?)
Pomelo

martes, 20 de diciembre de 2011

Historia de una Princesa, su papá y el Príncipe Kinoto Fukasuka


Esta es la historia de una princesa, su papá, una mariposa y el Príncipe Kinoto Fukasuka.
Sukimuki era una princesa japonesa. Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.
En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietitas. Nada de ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico. Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz. Nada, nada, nada. Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla, peinarla, estornudar por... –atchís–, por ella, abanicarla, pelarle las ciruelas. ¡Cómo se aburría la pobre Sukimuki!
Una tarde estaba, como siempre, sentada en el jardín papando moscas, cuando apareció una enorme Mariposa de todos colores. Y la Mariposa revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba permitido mover la cabeza.
–¡Qué linda mariposapa! –murmuró al fin Sukimuki, en correcto japonés.
Y la Mariposa contestó, también en correctísimo japonés:
–¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me gustaría jugar a la mancha con usted, Princesa!
–Nopo puepedopo –le contestó la Princesa en japonés.
–¡Cómo me gustaría a jugar a escondidas, entonces!
–Nopo puepedopo –volvió a responder la Princesa haciendo pucheros.
–¡Cómo me gustaría bailar con usted, Princesa! –insistió la Mariposa.
–Eso tampococo puepedopo –contestó la pobre Princesa.
Y la Mariposa, ya un poco impaciente, le preguntó:
–¿Por qué usted no puede hacer nada?
–Porque mi papá, el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta, quieta, quieta como una galleta, en el imperio habrá una pataleta.
–¿Y eso por qué? –preguntó la Mariposa.
–Porque sípi –contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japonpón debemos estar quietitas sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas. Seríamos mucamas, colegialas, bailarinas o dentistas, ¿entiendes?
–Entiendo –dijo la Mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de su belleza.
A la Princesa le gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá.
Salió a correr y bailar por el jardín con la Mariposa.
En eso se asomó el Emperador al balcón y al no ver a su hija armó un escándalo de mil demonios.
–¡Dónde está la Princesa! –chilló.
Y llegaron todos sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus lustrabotas y sus tías para ver qué le pasaba.
–¡Vayan todos a buscar a la Princesa! –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Y allá salieron todos corriendo y el Emperador se quedó solo en el salón.
–¡Dónde estará la Princesa! –repitió.
Y oyó una voz que respondía a sus espaldas:
–La Princesa está de jarana donde se le da la gana.
El Emperador se dio vuelta furioso y no vio a nadie. Miró un poquito mejor, y no vio a nadie. Se puso tres pares de anteojos y, entonces sí, vio a alguien. Vio a una mariposota sentada en su propio trono.
–¿Quién eres? –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Y agarró un matamoscas, dispuesto a aplastar a la insolente Mariposa.
Pero no pudo.
¿Por qué?
Porque la Mariposa tuvo la ocurrencia de transformarse inmediatamente en un Príncipe. Un Príncipe buen mozo, simpático, inteligente, gordito, estudioso, valiente y con bigotito.
El Emperador casi se desmaya de rabia y de susto.
–¿Qué quieres? –le preguntó al Príncipe con voz de trueno y ojos de relámpago.
–Casarme con la Princesa –dijo el Príncipe valientemente.
–¿Pero de dónde diablos has salido con esas pretensiones?
–Me metí en tu jardín en forma de mariposa –dijo el Príncipe– y la Princesa jugó y bailó conmigo. Fue feliz por primera vez en su vida y ahora nos queremos casar.
–¡No lo permitiré! –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
–Si no lo permites, te declaro la guerra –dijo el Príncipe sacando la espada.
–¡Servidores, vigilantes, tías! –llamó el Emperador.
Y todos entraron corriendo, pero al ver al Príncipe empuñando la espada se pegaron un susto terrible.
A todo esto, la Princesa Sukimuki espiaba por la ventana.
–¡Echen a este Príncipe insolente de mi palacio! –ordenó el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Pero el Príncipe no se iba a dejar echar así nomás.
Peleó valientemente contra todos. Y los vigilantes se escaparon por una ventana. Y las tías se escondieron aterradas debajo de la alfombra. Y los cocineros se treparon a la lámpara.
Cuando el Príncipe los hubo vencido a todos, preguntó al Emperador:
–¿Me deja casar con su hija, sí o no?
–Está bien –dijo el Emperador con voz de laucha y ojos de lauchita–. Cásate, siempre que la Princesa no se oponga.
El Príncipe fue hasta la ventana y le preguntó a la Princesa:
–¿Quieres casarte conmigo, Princesa Sukimuki?
–Sípi –contestó la Princesa entusiasmada.
Y así fue como la Princesa dejó de estar quietita y se casó con el Príncipe Kinoto Fukasuka. Los dos llegaron al templo en monopatín y luego dieron una fiesta en el jardín. Una fiesta que duró diez días y un enorme chupetín. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

Maria Elena Walsh

domingo, 4 de diciembre de 2011

La Ventana Abierta



-Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.

Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.

-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.

-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.

-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.

-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?

-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.

A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.

-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre "¿Bertie, por qué saltas?", porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana...

La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.

-Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.

-Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.

-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad?

Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.

-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.

-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva... pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.

-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?

Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.

En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: "¿Dime, Bertie, por qué saltas?"

Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.

-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?

-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.

-Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.

La fantasía sin previo aviso era su especialidad.

Saki

jueves, 1 de diciembre de 2011


"El lenguaje" En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señorita. Hoy, por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública: El capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado, el imperialismo se llama globalización. Las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, es como llamar niños a los enanos. El oportunismo se llama pragmatismo, la traición se llama realismo. Los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos. La expulsión de los niños pobres del sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar. El derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral. El lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría. En lugar de dictadura militar, se dice proceso. Las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas. Cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos. El saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito. Se llaman accidentes los crímenes que cometen los automóviles. Para decir ciegos, se dice no videntes, un negro es un hombre de color. Donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o SIDA. Repentina dolencia significa infarto, nunca se dice muerte, sino desaparición física. Tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones militares. Los muertos en batalla son bajas, y los civiles que la ligan sin comerla ni beberla, son daños colaterales. En 1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: "No me gusta esa palabra bomba, no son bombas, Son artefactos que explotan". Se llaman Convivir algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar. Dignidad era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya. Se llama Paz y Justicia el grupo paramilitar que, en 1997, acribilló por la espalda a cuarenta y cinco campesinos, casi todos mujeres y niños, mientras rezaban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.
"El miedo global " Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida. Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados. La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir. Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas. Las armas tienen miedo a la falta de guerras. Es el tiempo del miedo. Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo. Eduardo Galeano

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 1995. Capítulo 35


Cristini se me sienta al lado porque es m¡ mejor amiga. “Hola”, me dice, y estira la mano para que yo le vea el anillo nuevo.
Es divino el anillo, con una piedra brillante color rosita. “Se llama Rosa de Francia y me la regaló mi madrina”, dice Cristini. “Y también me regaló esto”. Y entonces Cristini saca una caja de lata con caballitos de colores en la tapa y veinticuatro pinturitas adentro. “Son alemanas, carisimas”, dice Cristini. ‘Tero igual te las presto porque sos mi mejor amiga.”

Mi madrina no me puede regalar anillos ni pinturitas alemanas porque ella es maestra, dice mi mamá. Cosas prácticas me regala mí madrina, como ser medias, bombachas y vitaminas.
Es linda la casa de mi madrina, con su jardín y su árbol de nueces. Debajo del árbol de nueces, mi madrina tiene una mesita. Y arriba de la mesita, la Piedra Movediza de Tandil, que sirve para romper las nueces.
Hay otra Piedra Movediza de Tandil, que está en Tandil, es grandísima y se la pasa moviéndose para aquí y para allá. Gentes de todo el mundo vienen a verla, hasta en barcos y en aviones a chorro vienen. Y le ponen botellas a un costadito y la Piedra va y crac, las rompe. Pero ahora no las rompe más, dice m¡ papá, porque la Piedra Movediza de Tandil se fue al carajo.
Por suerte queda la de mi madrina, pienso yo.

“Mi madrina tiene la Piedra Movediza de Tandil”, le digo a Cristini. “¿Y eso para qué sirve?”, me pregunta Cristini. ‘Tara romper las nueces”, le digo yo. “Ah”, dice Cristini. “¿Me prestás el rosita?”, le digo yo.

Como soy la hija del maestro, tengo que usar los útiles de la Cooperadora, para dar el ejemplo.
El lápiz negro se llama ¡Eureka! y no escribe, raspa.
La goma también se llama ¡Eureka! y mientras borra va ensuciando.
Las pinturitas ¡Eureka! no son largas, son cortas; no son veinticuatro, son seis; y no van en caja de lata adornada con unos caballitos de colores: van en caja de cartón adornada con un muerto sin ojos.
El cuaderno no se llama ¡Eureka!, se llama Gorriti porque en la tapa lo pusieron a Gorriti, que era un señor famoso en el mundo entero y eso que no era General de la Nación ni nada.
El cuaderno Gorrití tiene tapa blanda, que se sale, y hojas que no te podés equivocar, porque si borrás se te hace un agujero y se ve del otro lado.
Por suerte tengo regla que no es íEureka! ni Gorrítí, es Pineral, que no sé quién era pero que igual me sirve para dibujarle los renglones al Gorriti, que se los olvidaron de hacer.
“¿Seguro que no es ¡Eureka! el cuaderno?”, le pregunto a mi papá cada vez que los renglones me salen torcidos.
Y mi papá me dice que no me haga la graciosa, que más de un niño daría la vida por tener mi cuaderno, mi goma, mi lápiz. Y que allá en la China y también en los desiertos, los niños dibujan con palitos en la tierra y nunca se quejan.

A mí me gustan los cuadernos de tapa dura donde está San Martín, con su traje de General de la Nación y su caballo blanco.
Mi mamá dice que no importa lo que haya en la tapa porque igual va forrada con azul araña, para que no se arruine, y después con el Billiken, para que no se arruine el azul araña.
Hay unos cuadernos divinos deben ser alemanes que tienen tapa dura y van atados con alambre. Pero en la escuela están terminantemente prohibidos, porque a ver si los varones, que son tan brutos, les arrancan los ojos a las niñas con el alambre y después qué hacemos.

¡Eureka! quiere decir “¡¡Qué suerte!! !!Lo encontré!!” Y la palabra la inventó el muerto sin ojos de las pinturitas que no es un muerto sin ojos, es una estatua, me dijo mi mamá.
Lo que mi mamá no se acuerda bien es qué cosa hizo el señor Gorriti para ser famoso en el mundo entero. Pero algo grande habrá hecho, dice mi mamá, porque no solamente tiene cuaderno: también tiene calle.

A mí me gustan los sábados porque los sábados son días de limpiar pupitres.
Muy cargados vamos los sábados: además de la valija y la bolsita blanca con nombre azul, tenemos que llevar la bolsita azul con nombre blanco, la de limpiar.
Adentro de la bolsita de limpiar va un delantal azul (a mí me lo hizo mi tía, y como lo adornó con frutillas, que están prohibidas, me tuvo que hacer otro, liso), un papel de lija, dos trapitos viejos y un limón. (A los limones, que sirven para sacar la tinta, los tenemos que poner arriba del escritorio de la Señorita, para que ella los corte con un cuchillo peligroso.)
Antes de que empecemos a limpiar, llega Juan con una lata en una mano y una botella grande de tinta con piquito en la otra mano. Entonces Juan va pasando y nosotros tiramos la tinta sucia en la lata y él nos llena el tinterito con la tinta fresca. (Los tinteritos nuestros se ensucian mucho porque los varones, que son muy asquerosos, se la pasan echando adentro porquerías, como ser pelusas y moscas muertas.) A mí me da frío en los dientes cuando paso la lija, pero me la aguanto y la paso lo mismo. Y después de la lija paso un trapito, y después la mitad del limón (ahí hay que esperar para que el limón chupe bien), y de vuelta el trapito. Algunas niñas se chupan los limones. Y los varones, para hacerse los chistosos, se los chupan cuando están llenos de tinta.

Por suerte nada más quedan cuatro varones en el grado, que si no…

Para que el pupitre no se me manche con tinta, mi papá me regala un tintero involcable, que uno lo da vuelta y la tinta se queda pegada arriba, como las moscas en el techo.
“¿Es ¡Eureka!?”, le pregunto a mi papá.
“¡¡NOOOOO!! ¡Lo compré en La Preferida!”, dice mi papá.

“Mi papá me compró un tintero involcable”, le digo a Cristini.
“A ver”, dice Cristini.
Entonces yo agarro el tintero, lo doy vuelta y lo sacudo sobre mi cuaderno de clase.
Lo engañaron a mi papá: el tintero involcable es ¡Eureka!


Graciela Cabal

lunes, 21 de noviembre de 2011

Crónica de una ausencia -

Crónica de una ausencia -

Siempre me preocupé por los objetos, por las cosas que nos rodean; otorgan un sentido, permiten que el pie pise la tierra y nos conduzca; por la costumbre les restamos importancia, tan convencidos estamos de que son reemplazables. Son objetos, apenas cosas.

30 de mayo.

Hoy desaparecieron todas mis corbatas y algunas camisas, un cuadro de Berni (reproducción económica), la mesa-libro de la cocina, el paraguas y un par de botas de goma. También las llaves del coche, los documentos y el portafolios...La cantidad y el tiempo impiden que el reemplazo sea suficiente.

Ahora me doy cuenta: lo insignificante, aquello que es imagen de nosotros mismos, nuestro particular universo de cosas es tan efímero como un parpadeo. Vivimos para un futuro sin límites, aunque conscientes del límite. ¿Y qué más? De otra forma sería insoportable; estaríamos pendientes del fin, engañándonos a pesar de la certeza. Así es mejor: no sabemos por qué ni cuándo, simplemente ocurre.

31 de mayo.

Desapareció la mesa del comedor, las sillas, el tocadiscos...Dejo de ir a la oficina, permanezco en la cama, observo, trato de mantenerme despierto, cuento y recuento todo lo que está a la vista: la lámpara, el televisor, la heladera, el aparador, las fuentes de acero, el sillón, sillón, los pinceles, las telas, los caballetes, mis témperas...Abro y cierro el armario cada vez más vacíos.

No me asombra la situación...Es más: la esperaba. A veces -sólo a veces- la realidad es una sola. Entonces no hay tiempo; esto es, tiempo necesario. La cordura, lo razonable... ¿quién puede estar seguro?

1° de junio.

Del coche, sólo su esqueleto de hierro. Desapareció uno de los nísperos del jardín, los malvones, el limonero y tres rosales; el piletón de plástico está en la mitad. Hay un crujido constante de ramas y tallos en el patio. Es insaciable.

Me desconozco. De a poco voy perdiendo la identidad, la misma que durante años construimos para nada...Además, ¿cómo definir? No hay recetas, así es de simple. La mano obedece al cerebro...

La cuestión es saber si el cerebro es autónomo.

A la tarde.

Sospecho que nunca fuimos libres. Cierta libertad de movimiento y alguna que otra coherencia hicieron posible el engaño. Pero a la mayoría no le importa, se interesan más por sus proyectos de futuro como si fueran eternos.

2 de junio.

Hace frío. El viento sur se adueño de este espacio, mi espacio. No sé cómo detenerlo. Es metafísico. Es viento. Frío por añadidura (no hay metafísicas cálidas). El resto permanece intacto por unas horas, sólo las necesarias para una buena digestión.

Todo se simplifica: dos más dos no es cuatro. La piedra no es materia, la materia no es un principio, tan sólo una alternativa. De nosotros depende el acierto o el error...La duda es un instante que se gana.

Es precioso entregarse, no ofrecer resistencia, olvidar las ambiciones, los propósitos dignos pero inútiles.

3 de junio.

Desapareció el piso y la pintura de las paredes, la heladera, los armarios, la biblioteca, la cocina, la estufa-chimenea y el ventilador. Ya no hay puertas ni ventanas…Un cono de luz, una estupenda claridad baja del cielo.

4 de junio.

Hago una lista de lo poco que me queda, tacho cada cosa que desaparece, el ritmo es intenso: escribo, tacho, cuento 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 1, 2, 3, 4, 5, 1, 2, 3, 4, 1, 2, 3, 1, 2. Como comidas desde abajo, empiezan a desaparecer las paredes. Los ladrillos se muestran irregulares y desafiantes…Uno bajo el otro y más allá de la ley. Depositarios de un fuego antiguo…Tanto hicieron por mí.

5 de junio.

Estoy dentro de un orden. De otro orden, de un orden al revés, y no me extraña que así sea. El desorden nunca es absoluto.

Sé que aún falta lo peor, pero iré hasta el fin: es parte y condición.

6 de junio.

Ya no tengo sueño ni hambre, no siento frío…No busco, mis ojos ven lo que ya fue: la aventura del clandestina, un corazón definitivo, un árbol…Hago la suma de todos mis silencios y me aterra el resultado. No fue justo: callé cuando mi palabra hizo falta.

7 de junio.

Los rosales del frente, la razón de la infancia…el viejo reloj de péndulo, el del tiempo sonoro, pausado a la siesta. El circo y su magia siempre renovada, la pluma que disipa sueños con su vuelo.

Ya no hay paredes ni techos. Ya no hay casa. La tierra tiene un tinte gris y opaco, se agrieta pausadamente.

8 de junio.

Trato de no pensar; permanezco sentado, casi sin moverme, hasta la noche.

Sólo unas pocas estrellas que logran una gran intensidad y se apagan como chispas. La oscuridad es cada vez mayor.

9 de junio

Voy de un lado a otro guiado por la costumbre, aquí abro una puerta, allá cierro una ventana, hojeo un libro inexistente…

El recuerdo me mantiene lúcido.

¿Cuál es el fin? Todo orden lo exige, de lo contrario no sería orden.

10 de junio.

Salgo a la calle: desaparecieron los lapachos, la vereda, las casas vecinas. No se oye ni un ruido…Siento una paz inmensa.

Me habitúo a esta nueva soledad. Es la que me conviene.

11 de junio – 12 horas.

Todo está inmóvil…No hay viento…El sol alumbra a pique. Hay un murmullo que crece, un zumbido de abejas cada vez más fuerte, y el sol debilitándose sin pausa. Es crepuscular e inmediato.

13 horas.

Soy única presencia, un cuerpo en la sola desnudez del cuerpo…No tengo dioses que valgan la pena…No sé quién soy. Tal vez nunca lo supe. Sólo nos recordamos de acuerdo al dogma.

14 horas.

Mi padre ausente, ya imagen…Las otras intenciones, el deseo insatisfecho…Los viejos planes nunca ejecutados…El reencuentro apenas posible, efectivo en esta circunstancia.

15 horas.

Tal lo previsto, ya no tengo un pie, desaparece el otro, me arrastro no sé hacia dónde…Por suerte no hay sangre: la sangre que se derrama es una maldición.

16 horas.

Estoy en la mitad, ahora sin el brazo izquierdo…Otra vez mi padre, su voz, sus gestos, su mal disimulada bondad. Toda la inocencia muerta, de golpe entera. Y la sonrisa perpetua a pesar de las lágrimas. Y las cosas que fui olvidando. Y los nombres. Y el amigo entrañable. La desolación, el punto en que lo que fue vuelve a reunirse…Una alquimia del tiempo, un regreso esperado…Y el amor. Y el maleficio de la ruptura, las enmiendas, la esperanza de una nueva exactitud entre las partes…De un avance sin retrocesos, de una validez última.

16:15 horas.

Vuelvo a mis orígenes, casi al cordón de vida, a la otra sombra.

16:30 horas.

El desierto empieza a poblarse…

16:45 horas.

……………………………………………………………………………………………….

Oficial 1 – Así lo encontramos.

Oficial 2 - ¿Dónde?.

Oficial 1 – En pleno centro.

Oficial 2 – Es increíble que aún este vivo.


(Fracchia, Eduardo. Texto publicado en la Antología "Poesía y cuento 1978 - Concursos Litrarieos Zonales, El inmigrante, El aborigen" de la S.A.D.E.)

domingo, 20 de noviembre de 2011

Nota a la madre

Mami te dejo esta nota para que no te preocupes porque la heladera no cierra bien porque la dejamos así a propósito porque nos sacamos para hacer un sándwiche pero justo que no sé cómo apoyamos mal y se resbaló entonces como no se rompió del todo con pati dijimos que mejor lo arreglamos o lo tiramos total era un plato más viejo que no sé qué y entonces cuando cortamos el pan que el rafles viste como es estaba mordiendo de la fuente con carne y lo retamos pero es más porfiado porque no nos dimos cuenta de que se estaba comiendo la carne y yo le dije rafles si te portás así te vamos a tener que ir de la casa un día menos pensado y pati lo vio cuando se medio quería esconder una milanesa y lo retamos y lo castigamos para que aprenda a educarse pero él se hacía el que no nos oía porque se seguía comiendo la milanesa con unas ganas que qué le importaba ¿no? y se había escondido abajo de tu cama entonces no lo podíamos educar hasta allá porque pati se quiso meter y después casi no sale ¡una risa mami! y cuando se terminó la milanesa el rafles salió con la cara medio triste pero movía la cola así como si medio se reía un poco pobre ¿no? y le dijimos que no se hiciera el gracioso con la cola si se seguía portando así mal lo íbamos a castigar pero se siguió portando bien entonces el premio le dijimos que de premio lo íbamos a sacar a pasear y yo le dije gato gato y el empezó a ladrar como un loco ¿viste mami como se pone a ladrar cuando uno le dice gato gato? es mas zonzo porque se cree que uno vio un gato en serio pero si él ya sabe que no vimos un gato ¿para qué nos hace caso? ¿se cree que los gatos nos importan igual que a él no? y cuando le dije ¡gato gato! se puso a ladrar como un loco y corría de una punta a la otra y en un sin querer le pegó a la lámpara que por poco casi se cae al piso si no fuera que pati la atajó por suerte pero entonces el rafles la ladró jugando porque él se creía que estábamos jugando y pati la zonza se asustó de verdad y ahí fue cuando se le cayó la lámpara no fue culpa de rafles toda toda pero pati dijo que ella no tenía la culpa y que vos te ibas a enojar y yo le dije que no porque era porque lo estábamos educando de premio pero ella me discutió y yo me enojé y le discutí pero al rafles qué le importaba ¿no? y se estaba comiendo otra milanesa en la heladera entonces por eso la dejamos abierta para que se le salga el olor a perro porque se medio metió mucho adentro a buscar la milanesa porque la fuente se había caído atrás de la ensalada y tiró del frasco ése por eso la dejamos abierta y ya volvemos enseguida lo estamos educando al rafles a dar una vuelta a la cuadra te quiero los corazones me ayudó pati a dibujarlos pero son míos más.



(Luis Maria Pescetti)

sábado, 19 de noviembre de 2011

Zapatos

Mamá está furiosa con papá porque a papá no le gustan los zapatos que ella usa, y dice que lo que él le hizo hoy es algo que no le piensa perdonar mientras viva ni después de muerta.
Cualquiera podría acordar con papá en que lo que hizo es una pavada, pero entre ellos el episodio devino en una cuestión capital, definitiva, porque el rencor de mamá es de jíbaro, un resentimiento de tragedia shakesperiana y de perro del hortelano, como dice Tía Etelvina cuando la ve así, porque dice (Tía Etelvina) que mamá, enojada, solo tiene camino de ida y se pone de tal manera que no perdona ni deja perdonar.
Mamá tiene unos pies muy lindos, preciosos y parejitos, sin callos y con los dedos como repulgue de empanaditas, y en eso todo el mundo está de acuerdo. Por eso mismo, dice papá, es un crimen que use zapatos tan feos. Yo no sé qué te da por ponerte esos zapatones horribles, grandes, cerrados y que además hacen ruido, dice papá. Y encima producen un crujidito horrible al caminar pero que no se puede ni mencionar porque vos jamás aceptás una crítica. Lo que pasa es que tus críticas jamás son constructivas, dice mamá. Lo que pasa es que te ponés hecha una fiera, dice papá. Y al cabo mamá le grita que en todo caso es un defecto de nacimiento y mejor no te metás con mis defectos, estoy harta de que me critiques, harta de que me juzgues, y harta de esta vida que llevamos porque yo me merezco otra cosa (que es lo que mamá dice siempre). Y como no hay manera de pararla papá se calla la boca y ella sigue diciendo todo lo demás que es capaz de decir, que es muchísimo y es feroz.
A mamá no se le puede pedir discreción en nada. Y tampoco tiene un gran sentido del humor. Cuando eran más jóvenes él le sugería que usara zapatillas, total, bromeaba, yo te voy a querer igual. Pero ella, en todo su derecho, se compraba los zapatos que le gustaban y usaba los que quería, y siempre protestando que yo no sé por qué los hombres tienen esa manía de pretender dirigir la vestimenta de las mujeres: cuando la conocen a una se enganchan por las ropas audaces pero cuando nos tienen enganchadas quieren que andemos como monjas y guay de una si se pone minifalda o se le ven las tetas.
Guaranga como es ella, vehemente y fulminadora con la mirada, ni en chiste se le puede hablar de lo que no le gusta. Eso ya lo sabemos. Por eso lo que hizo papá este sábado a la tarde, aunque suene a pavada, fue demasiado: no había nadie de la familia en la casa, y él aprovechó para juntar todos los zapatos de mamá, como diez o doce pares, viejos y nuevos, y los metió en una bolsa y llamó a Juanita, que es la muchacha que trabaja en la casa ayudando en las tareas porque aunque no somos ricos tenemos sirvienta cama afuera, como quien dice, y le dijo tome Juanita, me ordenó la señora que se los regale.
Y le entregó la bolsa con todos los zapatos, que Juanita, chocha, se llevó a su casa.
Por supuesto, y como era de esperar, mamá se dio cuenta esa misma noche, en cuanto llegó y se quitó las botas que llevaba puestas y buscó las sandalias de entrecasa. Descubrió el ropero vacío de zapatos y fue todo uno gritar desde el dormitorio: "¡Titino qué hiciste con mis zapatos!" y salir a torearlo.
Papá estaba de lo más divertido y le dijo la verdad: se los regalé todos a Juanita. Lo que ipso facto desató en mamá una verborrea de lo peor: lo trató de tano bruto, comunista nostálgico y hasta le dijo nazi antisemita hijo de puta y después se fue a contarle a todo el mundo, empezando por la abuela y la Tía Etelvina, que este hombre cuando está aburrido es un peligro, por qué no se meterá sólo en lo suyo y ahora va a ver cuánto le va a salir la cuenta de la zapatería.
A mí hay dos cosas que me revientan de ellos dos: la incapacidad de aceptar los comentarios ajenos que tiene mamá; y esa manía de querer cambiar a la gente que tiene papá.
Pero es inútil, con ellos. La Tía Etelvina dice que a gente así lo mejor es ignorarla. Y yo creo que tiene razón. Pero cuando son los papás de uno no se puede.
Mempo Giardinelli

miércoles, 16 de noviembre de 2011

AMIGOS POR EL VIENTO

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.
Así ocurrio el día que se papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detras de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
- Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
- Me parece bien - mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

- No me lo estás deciendo muy convencida...
- Yo no tengo que estar convencida.
- ¿Y eso que significa? - preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

- Significa que es tu cumpleaños, y no el míó - respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

- Se van a entender bien - dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, salto sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. "Se me acaba de romper una copa", inventaba mamá, que, contal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.
Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, apareciá un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Despues pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.

- Me voy a arreglar un poco - dijo mamá mirandose las manos. - Lo u´nico que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
- ¿Qué te vas a poner? - le pergunté en un supremo esfuerzo de amor.
- El vestido azul.
Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarián pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.

- ¡Mamá! - grité pegada a la puerta del baño.
- ¿Que pasa? - me respondió desde la ducha.
- ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

- ¿Palabras que parecen ruidos? - repiutió.
- Sí. - Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg...

¡Ring!

- Por favor - dijo mamá -, estan llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

- ¡Hola! - dijeron las rosas que traía Ricardo.
- ¡Hola! - dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.

Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.
- Podrían ir a escuchar música a tu habitación - sugirió la mujer que cumplía años, deseperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por afixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:
- ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

- Cuatro años - contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

- ¿Y cómo fue? - volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

- Fue... fue como un viento - dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

- ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? - pregunté.
- Sí, es ese.
- ¿Y también susurra...?
- Mi viento susurraba - dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
- Yo tampoco entendí. - Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

- Un viento tan fuerte que movió los edificios - dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces...

Pasó una respiración.

- A mí se me ensuciaron los ojos - dije.

Pasaron dos.

- A mí también.
- ¿Tu papá cerró las ventanas? - pregunté.
- Sí.
- Mi mamá también.
- ¿ Por qué lo habrán echo? - Juanjo parecía asustado.
- Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.
A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

- Si querés vamos a comer cocadas - le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quiza ya era tiempo de abrir las ventanas.